Su vida fue un torbellino, que terminó demasiado pronto. Su nombre real había sido eclipsado por el artístico, que la impulsó al tope de popularidad en apenas un puñado de años. Menos de un lustro duró su carrera musical en la cumbia, pero su recuerdo se ganó la eternidad, con sus canciones tocadas por referentes de otros géneros como Attaque 77, Leo García o Vicentico.

Tenía 34 años, y estaba en el apogeo de su arte, cuando falleció en una tragedia en la ruta 12, en Entre Ríos, donde también murieron su madre, su hija mayor y tres de sus músicos. Su deceso la transformó en una santa popular. Si Miriam Alejandra Bianchi Scioli fue una corredora de maratones, Gilda lo fue de 100 metros. Y en ambas ganó.

La máxima referente de la canción popular femenina tenía un libro biográfico y una obra de teatro; sólo le faltaba un hito para alcanzar el pináculo. Y llegará a él cuando se cumplen 20 años de su partida. “No me arrepiento de este amor”, el título de una de sus canciones más conocidas, fue el elegido para la película sobre su vida que comenzó a filmarse ayer en Buenos Aires, con Natalia Oreiro de protagonista, dirección de Lorena Muñoz y producción ejecutiva de Benjamín Ávila, integrante de Habitación 1.520 y con sangre tucumana: es hijo del actor Pepe Ávila.

“Todo comenzó hace tres años, cuando tuvimos los derechos para poder filmar. Hablamos de la cantante mujer, humana, cotidiana. Sabíamos que la combinación entre Natalia y Gilda era muy fuerte, pero este es el proyecto más grande que encaramos como productora; creo que es de los mayores que se van a realizar en el país en este año”, aseveró.

Para poder concretar el filme fue clave “el trabajo de acercamiento muy fino que Lorena y Natalia hicieron con Fabricio Cagnin, el único hijo vivo de Gilda, quien terminó creyendo en ellas, pese a lo doloroso en lo personal”. “Se debe haber decidido por su intuición, por lo que significó su mamá antes que la artista. Muñoz tiene una faceta muy importante de documentalista y sabe cómo acercarse a las personas y a la realidad”, precisó.

Junto a Ávila está Maximiliano Dubois en la producción, mientras que el guión es de Muñoz y de Tamara Viñez. “La historia no será contada en forma cronológica, sino fragmentada en distintos momentos. La estructura es bastante compleja, muy fuerte y muy hermosa, y se detiene en el momento en que la cantante fallece, sin abordar todo lo que ocurrió luego”, aclaró Benjamín.

Es que antes de ser Gilda, Miriam ya vivía en un hogar musical, con su madre pianista concertista. Llegó a la música a los 30 años, con dos hijos a cuesta y tras dejar de ser maestra jardinera. “Ella rompió con los estereotipos de las cantantes del género. Ya desde el inicio, fue diferente, porque no era del origen social ni la música que habitualmente escuchaba; le gustaba más el rock o lo melódico. Impone una cumbia más estilizada y elaborada en lo musical, no tenía un físico exuberante y componía letras con temas que no se escuchaban normalmente en ese espacio. A las mujeres las tocaba su letra y se identificaban con lo que decía, por lo que empezaron a ir a escucharla a ella y no iban a ver los chicos lindos de otras bandas como hasta ese momento. Y son ellas las que llevaron a sus novios e impulsaron la movida”, explicó.

El estreno ya tiene fecha: será el 8 de setiembre, al día siguiente de que se recuerden las dos décadas de su muerte. “Serán ocho semanas de filmación, y es una coproducción con Telefe y con gente del Uruguay, lo que garantiza su distribución”, afirmó.

Ávila destacó el gran trabajo de Oreiro, con quien ya compartió la premiada “Infancia clandestina”: “tiene una seriedad enorme, un compromiso al 110%; es humilde y una gran compañera”.

PUNTO DE VISTA

Una santa popular urbana

GRISELDA BARALE

DOCTORA EN FILOSFÍA

En la Argentina hay diversas creencias y prácticas religiosas que se enmarcan en lo que se denomina “religiosidad popular”; en mayor número, pero no de manera excluyente, pertenecen a la religiosidad popular cristiana católica. Ese “catolicismo popular” es una religiosidad práctica que provee al creyente de categorías para ordenar la vida, normativas desde el punto de vista moral y social; se ocupa intensamente de la vida en la tierra, sin que esto disminuya, si cabe, la ferviente creencia en otra vida después de la muerte; busca mitigar el dolor y el sufrimiento en general y mantiene con Cristo, la Virgen María, Santos, Beatos, Patronos o Milagreros relaciones muy afectivas. Esta afectividad se muestra en la facilidad con que lo profano adquiere rango sagrado y viceversa; es notable también cómo las imágenes, esculturas, estampitas, fotos, etc., no son tomadas como meras representaciones de esos seres sagrados sino que la imagen misma está cargada de poder, es protectora y consoladora de sufrimientos.

Para la Iglesia son santos aquellos hombres y mujeres que son canonizados por ella en virtud de los méritos de sus vidas y los milagros que en vida, o después de muertos, hayan realizado y que el tribunal de la Iglesia certifique como tales. La religiosidad popular, más allá de éstos, reconoce cierto estado de santidad a personas ya fallecidas que ayudan a los vivos a resolver los problemas de la vida: sanar enfermedades; mitigar dolores; conseguir justicia, amor, resignación. Estos santos populares son intermediarios entre los hombres y Dios; sus vidas no tienen que ser necesariamente virtuosas sino que tienen que haber pasado por experiencias especiales o extremas; por una comunicación diferente con los más humildes; por enfermedades o persecuciones y, también, vidas sacrificadas, duras, coronadas por una muerte violenta: asesinatos, accidentes, inmolaciones, etc.

Gilda, sin duda, es una santa popular urbana, como Bazán Frías o la Brasilera en Tucumán; su imagen está asociada a una vida de ternura -era maestra jardinera- y alegría porque su música, alegre y pegadiza, se escucha, baila y canta en los bailes de barrio, en las emisoras de radio más populares, acompaña a los trabajadores en sus trabajos y a las amas de casa en sus tareas; es además, linda, lo que no es muy frecuente en estos personajes sufridos y poco agraciados que se convierten en santos por el reconocimiento y afecto popular. Y su final, su muerte, fue sin duda, brutal.

A los santos populares se les hacen ofrendas y promesas, se les dedican sacrificios y oraciones a cambio de favores aunque no necesariamente por ese “trueque” sino espontáneamente pidiendo protección o agradeciendo la vida; generalmente los rituales que se despliegan en su memoria se llevan a cabo en lugares determinados, donde nacieron, donde cayeron muertos, donde se accidentaron -como el caso de Gilda-, en donde están sepultados. Todos esos espacios tienen una enorme carga simbólica para el creyente, son lugares sagrados capaces de comunicar fortalezas espirituales y, sin duda, pasan a constituir parte del patrimonio cultural/espiritual, tangible y/o intangible de un pueblo.